sábado, 19 de marzo de 2011

Primera entrada desde que retome ma voluntad

Primer mini caso de estudio del intitulado Manual de la mujer soltera o en su defecto: ¡Huye linda! Antes que te aplasten cual asfalto de carretera 4 caminos en día de elecciones

LOS HOMBRES GUAPOS

NOTA ACLARATORIA: estamos hablando de aquellos verdaderos especímenes que universalmente son considerados hermosos, por lo menos en más de 6 culturas. Como quien dice, los que entran en este concepto de belleza estética para su género, claro está. Quedan fuera todos aquellos conceptos de la belleza relativa. Por ejemplo: no porque una haya tenido la mala (o buena, según sea el caso) fortuna de encontrarse bajo el hechizo aletargador de Cupido y crea que el objeto de su afecto (lo que se entiende como el susodicho en cuestión) sea la cosa más preciada (ojo: no preciosa) del planeta, no significa que este espécimen entre en esta categoría. Porque no sé ustedes, pero a mí me ha pasado que por más galán de película de terror o eslabón perdido sea el objeto de mi deseo, gracias a la ceguera selectiva -síntoma inequívoco del amor- tiendo a verlos como el David de Miguel Ángel o, en su defecto, como a Johnny Depp.


INTRODUCCIÓN

Luego de un sesudo e informal estudio realizado a una muestra aleatoria de féminas cercanas a mí (amigas, compañeras de trabajo, primas, tías, madres, abuelas o cualquiera que se dejara y fuera mujer) descubrí tristemente que el principal problema al entablar un lazo afectivo con un espécimen al que llamaremos “Hombre guapo” es que él sabe que lo es.


PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

El hombre guapo llega a tu vida después de haber sido expuesto en incontables ocasiones a estímulos positivos reafirmantes acerca de su apariencia física (todo el mundo le ha dicho que es guapo, desde la chica del banco, las “amigas”, las compañeras. Hasta su mamá sabe que el producto de sus entrañas es divino. Volveré al punto de la madre más adelante, porque es una variable determinante en la peligrosidad de estos sujetos).

El resultado se magnifica si a ello se le suma una fuerte dosis de encanto personal porque, seamos sinceras: vivimos en una sociedad donde las apariencias, nos guste o no, si importan. Por eso es que estos individuos se convierten en el depredador perfecto, hecho que nos lleva a los siguientes cuestionamientos: ¿Qué hacer cuando nos enfrentamos a la posibilidad de conectar afectivamente (enamorarnos como bobas, en cristiano antiguo) de un sujeto así? ¿Cómo es que podemos manejarlo (o no salir tan afectadas)? Y sobre todo, ¿cómo manejar las implicaciones externas cognitiva-emotiva-sociales? Es decir, -de nueva cuenta en cristiano antiguo-: cómo apaciguar el instinto asesino que nos incita a aniquilar a alguna compañera de género después de haber recibido una de esas miradas homicidas, como preguntando “¿Y tú qué haces con él?”; no morir de celos cuando él se ponga “encantador” con otras en las redes sociales, en la calle o en la iglesia; practicar altas formas de concentración Zen cuando nos toque lidiar con la amada suegra o las cuñis, si es que hay; o la peor: lidiar con una falta de interés repentina de parte del sujeto.
En fin, en este mini caso veremos las atenuantes y cómo contrarrestarlas. Estén pendientes a la próxima entrega.